The Forecast, es una sección de Bloomberg dedicada al futuro. Su última publicación del año, firmada por Walter Frick, está dedicada a la IA, la industria militar y las fintech. De ahí el título: bots, balas y Bitcoin:
Comencemos con la IA, donde en 2024 se produjeron muchos avances. El modelo o1 de OpenAI superó a sus predecesores en matemáticas y ciencias, mientras que Anthropic, Google, Twitter y Meta lanzaron modelos de última generación. Los chatbots están dando paso a los agentes de IA y casi dos tercios de las empresas estadounidenses están utilizando la IA generativa. Uno de cada tres estadounidenses en edad laboral la utiliza al menos una vez por semana.
La IA actual ya permite a las personas interactuar con las computadoras de maneras que hasta hace poco parecían imposibles. ¿Quieres hacer una lista de reproducción en Spotify? La IA puede hacerla por ti. ¿Quieres escribir un programa que filtre artículos de noticias desde una API? No es necesario que escribas el código. ¿Quieres una receta para crear un arma biológica mortal? Bueno, eso nos lleva a la industria de las armas.
Muchas de las empresas incluidas en el tema “defensa moderna” de Bloomberg Intelligence hicieron una apuesta estratégica a que el orden posterior a la Guerra Fría había terminado y que un mundo sin la hegemonía estadounidense sería más brutal (y, por lo tanto, requeriría más gasto en defensa). Cuando en el IPO de 2020, Palantir denunciaba a la “élite de ingenieros” de Silicon Valley por no comprender “lo que requiere la justicia”, ahora parece profético. Han pasado casi tres años desde que la invasión rusa a Ucrania restableció la geopolítica, y 14 meses desde que el ataque de Hamas y la respuesta de Israel comenzaron a rediseñar la política de Oriente Medio. Y esa es sólo la lista corta.
El resultado es una época de auge para los fabricantes de armas de todo el mundo. El ingenio humano que podría haberse destinado a la atención sanitaria o a la energía limpia ahora se destina al desarrollo armamentístico. La IA también está siendo dirigida bajo esta égida, desde los drones hasta la ciberseguridad.
Desafortunadamente, el tema de “las balas” tiene también otra cara. Los conflictos globales, en general, no han acercado a los ciudadanos dentro de sus fronteras. La polarización política está aumentando en casi todo el mundo y la democracia se ha tambaleado en lugares como Corea del Sur y Rumania. En julio la bala de un presunto asesino rozó a Donald Trump. En diciembre un joven adinerado acabó con la vida del multimillonario CEO de UnitedHealthcare, Brian Thompson. Una vez más, la IA podría exacerbar las tensiones existentes, reorganizando ocupaciones enteras y creando amargas discusiones sobre quién tiene que cambiar y cómo.
La IA debiera ser el tipo de tecnología que mejore la vida de las personas. Los economistas generalmente consideran que la innovación es el principal factor que contribuye a largo plazo a mejorar los niveles de vida, ya que las nuevas ideas hacen que las personas sean más productivas y ricas, liberando tiempo para seguir innovando. Pero hay una corriente de pensamiento sobre crecimiento económico que sostiene que las instituciones políticas son las más importantes. Este año, los pioneros de esa escuela, Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson, del MIT y la Universidad de Chicago, ganaron el premio Nobel de economía por su trabajo.
Estos investigadores sostienen que instituciones políticas más inclusivas y democráticas son el principal motor del crecimiento económico, porque permiten a los ciudadanos compartir los frutos de su trabajo. Últimamente, Acemoglu y Johnson han advertido que la IA podría centralizar el poder y, por tanto, conducir no a la prosperidad sino a la tiranía. La advertencia de Palantir anticipó esta brecha entre la geopolítica, por un lado, y las maravillas que surgen de Silicon Valley por otro. “El avance de las tecnologías (de las empresas de internet) ha superado el desarrollo de las formas de control político que son capaces de regular su uso”, escribió Alex Karp, CEO de la empresa. Tenía razón.
Los defensores de la criptomoneda, la han elogiado durante mucho tiempo como un medio para la toma descentralizada de decisiones, pero a pesar de un año excepcional, esta tecnología todavía se tambalea entre el Salvaje Oeste de estafas y fortunas y su silenciosa integración en el mundo financiero. Peter Thiel dijo alguna vez: “nos prometieron autos voladores; tenemos 140 caracteres”. Con las criptomonedas nos prometieron DAOs y contratos inteligentes; obtuvimos el Bitcoin a us$100.000.
Entonces, ¿qué viene a continuación? El dinero inteligente suele “salir del paso”, pero también vale la pena contemplar una alternativa. ¿Qué pasa si la gobernanza nunca alcanza a la invención? ¿Qué pasa si la IA se desata y nunca se controla del todo, no en el sentido de una toma de control por parte de un robot sino, como lo expresa el profesor de Harvard, Jonathan Zittrain, como una nueva forma de asbesto: peligrosa en todas partes y difícil de eliminar?
¿Qué pasa si simplemente no dejamos de quemar carbón porque la demanda de energía está aumentando demasiado rápido y la geopolítica nos impide adoptar alternativas más limpias? ¿Qué pasa si no aprendemos ninguna lección del Covid y la próxima pandemia es aún peor? ¿Qué pasa si varias potencias equipadas con armas nucleares e inteligencia artificial no pueden encontrar una manera de coexistir pacíficamente?
En 2025 debemos estar atentos a cualquier señal de mejora de la gobernanza y, si es posible, regar esa semilla. El progreso técnico necesita desesperadamente ir acompañado de un progreso social que aumente la confianza y permita una mejor toma de decisiones, desde los vecindarios hasta las reuniones de directorios y las relaciones entre jefes de estado. Hay un futuro en el que la IA nos hará mucho más prósperos, en el que la guerra disminuya y se reanude la cooperación internacional y en el que al menos se mitigue y gestione el cambio climático. Pero si analizamos los temas de 2024, queda claro que ese no es el camino en el que nos encontramos.
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